20 dic 2013

Ho Chi Minh, primeras impresiones y visita al "Museo de las memorias de la guerra de Vietnam"…

Ho Chi Minh... ¡Bienvenidos!...
Para recuperar la sana costumbre, el tren nos dejó un poquito más allá de loma culo. Recuerdo la cara con la que mutuamente nos miramos con Vico, cuando confirmamos aquella infame lejanía. Por momentos dudamos si tomarnos un taxi, pero la filosofía de viaje no nos lo permite, y aunque estábamos maltrechos y cansados de pensar si teníamos que ir (o no) a trabajar a Nigeria, decidimos que caminar unas cuántas cuadras con la mochila al hombro, resultaría en una buena terapia emocional.

Tardamos aproximadamente media hora en llegar a los barrios más céntricos. Llamativamente lo primero que vi en una de las esquinas fue a la francesa del capítuloanterior intentando cruzar la calle. Esa mujer me detenía la vista y se seguía cruzando por la vida sin una aparente razón... Sigo sin entender por qué me llamaba tanto la atención.

Pasamos de largo, dejamos las mochilas en el piso y nos empezamos a turnar en largas caminatas para conseguir la típica cuchita de mala muerte. La ciudad estaba muy abarrotada de gente, aunque más superpoblada aún por motitos y ciclomotores. En mi vida había visto tantas motitos circulando, en las mismas calles o en la misma ciudad, al mismo tiempo. Aunque matemáticamente planteara un despropósito, llegué a la conclusión que en Ho Chi Minh había circulando más motos que personas.

Mucha moto estacionada...
Y muchas más circulando...
Así fue que entre motos, caminatas, y un universo de precios que se nos iban de las manos, encontrar un hotel en Ho Chi Minh se fue haciendo mucho más largo que lo esperado. Cuando estábamos a punto de tirar la toalla y decidir dormir en alguna plazoleta, Vico volvió con el último aliento, sacando de la galera y sobre la hora, un sucucho maloliente que más o menos se adecuaba a nuestras posibilidades monetarias. Empatizando con el mar de sudor que Vico traía en la cara, y mientras terminaba de calzarme la mochila al hombro, me percaté que a Ho Chi Minh además de sobrarle motos y gente, le sobraba muchísima humedad.

La plazoleta en una de las partes más céntricas de Ho Chi Minh...
El sucucho mal oliente...
Lo único que sentía al momento de llegar al hotel era esa sensación de querer arrancarme la ropa y tirarme de cabeza en una pileta de cubitos de hielo. El edificio del hotel estaba dentro de una especie de galería peatonal al aire libre, en el corazón de una de las manzanas más céntricas de la ciudad. Mucha conglomeración de humo, mucho olor a caño de escape, y mucho ruido de pequeño motor intensificando los sonidos del medio ambiente. La primera hora experimenté una repetida sensación de estar moviéndome adentro de un hormiguero piquetero.

A pesar de todo, así como llegamos nos bañamos, y así como nos bañamos decidimos salir a robarle alguna aventura a Ho Chi Minh. El sol martillaba indirecta, pero constantemente de atrás de unas nube, que nunca llegarían a ser suficientes para contenerlo. Aunque difuminados, los rayos rebotaban en el asfalto y mantenían sin variaciones el hervor del ambiente. Caminar se hacía pesado, la pérdida de agua se medía en litros sobre segundos, y cada tres cuadras resultaba imperioso frenar a descansar.

Pavimento hirviendo y caños de escape en Ho Chi Minh...
Atravesando Ho Chi Minh...


Durante uno de esos descansos, me di cuenta también, que necesitaba desesperadamente comer algo que no sea fideíto o arroz. Había que ponerle un stop urgente al vegetarianismo. Tenía el cuerpo sin proteínas, con poco calcio, libre de magnesio y un estómago que no paraba de pedir a gritos una tira de asado. En ese momento hubiera entregado todo lo puesto, a cambio de un buen pedazo de nerca... y en lo posible, de vaca. El tiempo fue pasando entonces entre ruidos estomacales y desesperación, hasta que finalmente desembocamos en una zona un poco más residencial de Ho Chi Minh, con la boca hecha agua por la imaginación y con el cuerpo hecho agua por el horno atmosférico.

Gracias a la casualidad de la buena suerte, pasamos justo delante de la puerta del “Museo de las memorias de la guerra de Vietnam”, que es un lugar al que sin dudas hubiera entrado mil de las mil veces que hubiera pasado por enfrente. Además de ser un extraordinario museo enfocado en uno de los eventos históricos más llamativos e importantes post segunda guerra mundial, tiene un montón de aire acondicionado para disfrutar. Sólo eso mis queridos amigos, y mucho más en Ho Chi Minh city, justificaba al menos ¾ del precio de la entrada.

Ho Chi Minh a la izquierda... Mao Zedong a la derecha...
Lamentablemente tuvimos que esperar un buen rato para entrar, ya que el personal estaba en la hora de almuerzo. Justo cuando estábamos a punto de transformarnos en algún tipo de “charqui o biltong” humano, alguien desde atrás de alguna ventanilla nos aceptó un dinerillo y nos entregó un ticket, que además del derecho de admisión, nos catapultaba al centro de un mundo sin humedad, ni rayos de sol asesinos. Lo que sucedió dentro del predio no fue demasiado nuevo en términos históricos. Solo una prueba fulgurante del despropósito y del olvido del ser humano de la historia. Sería difícil encontrar palabras para describirlo sin recaer en la puteada deliberada y en la verborragia.

Museo de las memorias de la guerra de Vietnam...
El museo es un museo bien armado, nada loco, pero creo que para cualquier persona con algún mínimo de sensibilidad, es un shock y un viaje al centro de la infinita estupidez con la que es capaz de moverse el ser humano por el mundo. Un desborde de impotencia y un incisivo cuestionamiento del sinsentido y la locura. Una especie de enfrentamiento con la inexistencia del sentido común y de compasión por la vida. Como asistir a la exposición de uno de los peores espectáculos de arrogancia de todos los tiempos.

Inexistencia de sentido común o compasión por la vida...
Usted juzgue por las fotos. Este blog se declara en huelga y piquetea un rato hasta el próximo capítulo. Muchas gracias por leer.

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